
A raíz de mi viaje a Argentina este año para visitar a mi hija Rosana, tuve la oportunidad de que ella me introdujese a uno de sus más grandes proyectos actuales, el comedor de Lilly.
Todo comenzó hace un par de años atrás, cuando un amigo de la oficina de mi hija, le comentase de una persona bastante peculiar que se hacia llamar Lilly.
Lilly es una mujer que no deja saber su real edad ya que según entendí, ella tiene mas años de los que se le pueden calcular a simple vista. Su gran pasión de siempre han sido los niños, y según entendí, había sido maestra. Hoy en día ella está retirada y dedica parte de su humilde pensión por retiro, y todo el tiempo y energía que puede en proveer de una simple merienda a los niños de su barrio, una vez por semana.
Cuando mi hija y sus amigos conocieron esta historia de inmediato se les prendió la idea de querer conocer a esta moderna heroína. Así el día llegó en la que la visitaron y vieron este milagro. Desde ese momento tanto mi hija como sus amigos decidieron ayudarla tanto como pudieran.

Tan pronto tuvieron un plan en mente comenzaron a juntar dinero y con ello a construir en la parte de atrás de la casa de Lilly, un área para poner unas mesas y así facilitar un poco la vida y el sueño de Lilly.

Era mi primer martes después de mi llegada a Buenos Aires y luego de haber estado toda la mañana en la oficina de mi hija, donde había visto a la entrada una caja para depositar dinero donde se escribía: “Para el comedor de Lilly”.
Antes de partir deje algo de dinero y luego de un par de horas un viaje en metro, otro en tren y en bus, y luego de una caminata, estábamos en casa de Lilly. En este viaje se nos había unida una amiga de mi hija, que llevaba un morral casi tan grande como ella, con ropa para los niños.
El lugar queda a las afuera de Buenos Aires, en ese tipo de lugar que en estos tiempos lo etiquetamos como económicamente de clase pobre. La pobreza que rápidamente se podía sentir, era esa que los políticos buscan, esa que no tiene nada de romántica y mucho menos de heroica, hasta que llegas al comedor de Lilly, un oasis en el desierto del espíritu. Su pobre entrada escondía el mayor tesoro del barrio. Tan pronto entramos, Rosana me llevó al comedor que tanto ella como sus amigos han estado levantando de la nada.
Aún abierto y nada acabado, sin ventanas ni puertas, sin sanitarios, el suelo de tierra y un par de tablas montadas sobre caballetes improvisados mas algunas sillas y un par de neveras eran todo el inmobiliario. A los ojos de ellos un paraíso en construcción, ante mis ojos, el recuerdo ya lejano de mis vacaciones en el campo junto a mis primos en una época bucólica donde aún juega al escondite mi infancia.
Rosana, me presento a Lilly, su hija y una pequeña persona semidesnuda que corría de un lugar a otro persiguiendo algún gato; era la nieta de Lilly. Pronto nos pusimos a ordenar algunas cosas, mientras mi hija sacaba de su morral, una resma de papel usado que había tomado de su empresa; mas algunos creyones para que los invitados dibujaran sus sueños.

Lilly solo tenía azúcar en forma de jugo, y un paté que untaban a unos trozos de pan, todo un lujo de amor que cuando se podía se cambiaba el jugo por una leche con chocolate.
No tardaron en llegar los primeros niños, los cuales ya conocían el lugar y sus anfitrionas, yo solo fui un mirón de palo, que veía con orgullo como mi pequeña se crecía en bondad y esperanza. Nada de lo que vi me llamo demasiado la atención. Las pequeñas personas jugando un rol de adultos que nos le venía, pero no tenían mas que aceptar crecer tan rápido como pudiesen para ver si tenían la suerte o el coraje de huir de su suerte en ese barrio. Ni siquiera la pobreza me llamaba la atención, pues aun cuando yo no la padecí de manera directa, si la viví a través de los ojos de mis padres que si la vivieron en su niñez.
Las niñas soñaban con unicornios mientras los niños se hacían bullying entre ellos a modo de una pequeña vendetta, por lo que les tocaba vivír en su día a día. Y mientras Lilly servía las viandas y fungía como referí en las pequeñas disputas que de vez en cuando se presentaban, amen de ser un confesionario de penas y alegrías de cada niño.
Mi hija por otro lado dibujaba algún animalito para las niñas mientras su amiga lidiaba con su propia vida y los niños.
De vez en cuando yo me sumía en mis recuerdos de niñez, en aquellas vacaciones de verano cuando mis padres nos dejaban a mi hermana y hermano junto a nuestros primos en un pueblo lejano de todo progreso, en una casa hecha de barro, con suelo de tierra y unas luces provenientes de una fuente eléctrica nada segura. Sin otro baño que el riachuelo que cruzaba los sembradíos y sin otro sanitario que un hueco improvisado por nuestros tíos y custodios.
Todo el día buscando en que jugar y que hacer, donde ir con nuestros cuerpos y mentes. Asaltando de vez en cuando algún sembradío de algún incauto para comer manazas, melones y sandias. La vida tenia mucho mas sentido para mi y sin yo saberlo, todo esto que me fue arrebatado jamás lo pude volver a tener y nunca he podido darle esto a mis hijos. Ese sentido de vida que en ese momento estos pequeños vivían sin saberlo, mientras la mano generosa de Lilly les llenaba un vaso de leche con chocolate y les ofrecía una pieza de pan untada de paté.
Cuando el tiempo de partir hubo llegado, los niños se apresuraban en partir para ir a una feria que yacía en la plaza del barrio, mientras algunos pedían algunas sobras para llevar a casa, he aquí que fui sorprendido por un acto de generosidad como pocos se ven en estos días y menos en ese lugar. Uno de los niños más pequeño partía devuelta a casa con la cabeza gacha ya que no había alcanzado ningún remanente para él.
Lilly se apresuró a decirle que la próxima vez, ella le guardaría algo. Lilly sabía que no podía cometer un acto de injusticia y pedirle a otro niño le diese su pequeña bolsita con algunos panes untados. Y cuando todo parecía ser ya aceptado como parte del karma del lugar, una niña le da al niño su bolsita, acto seguido el niño se ilumina de felicidad y todos bajamos los ojos llenos de vergüenza por tan encantador momento. Lilly al ver el gesto de la pequeña fue a buscar un oso de peluche mas grande que la propia niña y se lo entrega, no sin antes recordarle que lo debía devolver la próxima semana para prestárselo a otro niño.

Así, nos quedamos solos y mientras arreglábamos las mesas y sillas, Rosana se acerco a Lilly para hablar de como podían hacer para recibir alguna ayuda. Lilly la miraba con los ojos llenos de gratitud, pero ella bien sabia que eso solo podía venir de gente como mi hija y sus amigos ya que la mayor pobreza de aquel lugar no era su carencia de bienes o su falta de oportunidades, sino su falta de amor propio y su total desinterés por todo lo que les rodeaba. Ella había visitado en muchas oportunidades diferentes organismos pidiendo ayuda pero pronto había entendido que mientras ella y su proyecto no tuviese un interés político que pudiese captar votos, ella no entraría en la lista de obras para las cuales había que dar un peso.
Mientras su mirada se tornaba mas maternal hacia mi hija le explicaba que ni siquiera los padres hacían algo por ayudar. Eso fue claro para mi ya que nunca vi a un padre traer o acompañar a uno de sus hijos, se entendía que para ellos Lilly era solo un alivio del cuidado de al menos alguno de sus hijos por un par de horas todos los martes. Los mismos niños le contaban sus dolores, como el de aquel niño que hacia bullying sobre los otros, el cual le había confesado con dolor como un día su madre había llevado a su otro hermano a comer a McDonald mientras a él lo había abandonado en casa.
La hora llegó de partir para nosotros, mi hija hablaba con su amiga de los cosas que ellas podían hacer para conseguir mas dinero, mientras yo me paseaba por mis pensamientos y veía desaparecer ese oasis del comensal de Lilly en ese desierto de pobreza humana, esa pobreza que solo cuenta cuando se quieren ganar votos, que yace en las explicaciones sin sentido que los profetas de siempre tienen a bien de darnos para exponerse como grandes hombres y mujeres llenos de amor por el prójimo. Nada de eso me molestaba, ya lo he entendido y como tal digerido, con los años uno aprende a ver al rey desnudo.
Pensaba que para algunos niños, ese tiempo donde Lilly, sería la fuerza necesaria para salir de esa pobreza sin otra cosa que su amor propio y la férrea voluntad de creer en ellos mismo. Para otros en cambio, será el único momento en sus mentes donde fueron felices siendo parte de una familia que los amaba pese a todo. Quizás haciendo una copia de la ironía de la vida mostrada en la película Ciudadano Kane, donde un magnate moría no sin antes pronuncia lo único que nunca tuvo, pero en este caso será lo único que si tuvieron: “Lilly…”

