Hacia un tiempo que mi hijo menor Andrés, tomaba unas clases de natación en una piscina algo alejada de casa, pero bastante cerca de la óptica a la cual tuve que asistir para mi revisión anual.
Esto ocurría cada sábado, pues no solo fueron uno examenes sino que tuve que comprar nuevos lentes. Así que aprovechaba de pasar a buscarle para que me acompañase. Al terminar la óptica siempre me quedaba la sensación de querer hacer algo más con él. Lamentablemente él tenía otras actividades en la tarde lo cual frustraba mi primer plan.
Así llegó el día en que ya no había otro plan para la tarde pues era tiempo de un receso escolar y habíamos planeado una corta visita a Barcelona en España. No lo pensé dos veces, le tomé y le dije nos vamos al centro para comprarte ropa que te hace falta y al mismo tiempo podremos dispensar tiempo juntos.
Andrés tenía para ese entonces 12 años y la idea no era exactamente algo que él tenía en la cabeza para disfrutar de sus vacaciones. Igual, aceptó la oferta y nos fuimos a una tienda donde más tarde nos encontraríamos con mi esposa.
Al subir al vagón del tren (metro, tube acá en Londres), lo miré y le dije:
Disfruta tus últimos años con nosotros, pues pronto iras a la universidad y eso será el principio de tu vida como adulto lejos de nosotros.
Andrés me miró sin poder entender lo que le decía y sin comprender porque ya no estaría con nosotros. Entonces le dije:
Hace ya varios años, tu mamá y yo te llevamos a tu primer colegio, para ese entonces tú solo eras una personita, que caminaba a nuestro lado y aún recuerdo ese primer día, que te marchaste siguiendo a tu primera profesora, sin mirar atrás y sin ver a tu mamá en llantos y a mí con una nostalgia que por fin entiendo.
Hijo, no supe ni cómo ni cuándo, pero esa personita con cara de bebe partió y ya no volvió más. Ni siquiera supe cuando terminaste tu primaria y entiendo ya comenzaste tu secundaria, pero esta vez te fuiste solo con mamá.
Veras hijo, con tu hermana me pasó algo similar solo que a ella no la vi terminar ni empezar y esto me duele hasta el sol de hoy. A ti que te he visto en cada momento, me duele igualmente. Es un vacío que se asoma y que pronto ocupara esa parte de mi ser y de mi memoria.
Sabes, yo nunca pude disfrutar cuando niño de mis padres, pues ellos siempre estuvieron ocupados en proveerme de todas las carencias que ellos tuvieron apenas sin tiempo para dispensar de un viaje solo con nosotros. De viajar, viajamos, pero no dispensamos el tiempo para conocernos.
Sé que me he tomado ese tiempo tanto con tu hermana como contigo, con ambos he viajado a solas y he tenido el tiempo para verlos crecer, pero, aun así, no ha sido ni nunca suficiente.
Un día de estos partirás y ya solo volverás de visita y quien sabe si acompañado de tu propia familia.
Así que disfruta de tus últimos años con tus padres y llévate contigo todas las imágenes que como collage darán forma a tu propio camino y serán siempre un refugio para guarnecerte en los tiempos difíciles.
Al llegar al almacén y encontrarnos con mi esposa, le conté a ella lo que hablamos y sin querer noté como a ella esta idea le estremecía, quizás por ello no lo había pensado o más bien, ella misma se lo había ocultado para no sentir ese dolor que ya se asoma en un futuro no muy lejano.
Fue entonces que le dije a mi hijo que se acercase a mi para una foto, donde yo pudiese plasmar el momento exacto cuando esta epifanía había cruzado en mi alma.
En ese momento sentí, lo que todo gran general que tornaba a Roma después de una gran conquista y era paseado en un carro donde un esclavo que sostenía unas hojas de laureles le susurraba al oído: “Memento mori”, “Recuerda que eres mortal”…

