El Ferrari Rojo

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Para los antiguos egipcios, uno moría dos veces, la primera vez cuando el alma abandonaba el cuerpo y la segunda vez cuando su nombre nunca más era pronunciado.

Era una tarde calurosa del año 1996, en el mes noviembre en la ciudad de Caracas. Yo viajaba con un ramo de flores en mis brazos y mi pecho latía con un ritmo como nunca, ese día conocería a mi primer descendiente, mi hija Rosana.

Tan pronto la tuve en mis brazos de manera instintiva llevé su pequeña cabeza hacia el lado izquierdo de mi pecho para que escuchase el latir de mi corazón, luego de igual manera la alce sobre mis hombros y la ofrecí al sol y a la luna, mientras le decía: Eres bienvenida. Este rito lo repetiría trece años más tarde con el nacimiento de mi segundo hijo, Andrés. Solo recientemente me he cuestionado este rito ya que en la época que nació mi hija yo era un católico más, con familia y educación católica de toda la vida y, aun así, el porqué de este rito, lo desconozco totalmente.

Todas las vacaciones que viví en Venezuela junto a mi hija, las disfrutaba viajando solo con ella. Yo manejaba mi viejo Fiat uno, mientas ella cantaba las viejas melodías que salían del reproductor de música del auto. Esto hasta que ella cumplió 6 años. Para esa edad, yo viaje a vivir a Paris para no volver. Con todo y esta nueva realidad, cada año la traía a donde estuviese para continuar con esta tradición de viajar. Así, los dos viajamos por Europa y Latinoamérica. Y siempre al despedirnos terminaba llorando su ausencia.

Lo sé, no he sido un gran padre, pues nunca estuve cuando ella me necesitó. No estoy en ninguna foto de sus cumpleaños, ni cuando se graduó, ni cuando estuvo enferma. Yo solo fui un fantasma, una idea, un espectro, una imagen en su mente.

El año 2019 fue otro de esos años que desearía nunca haber pasado, pero igual pasé. Nuevamente fui al hospital por otro quebranto de salud, otra vez volvía del hospital casi arrastrando este viejo cuerpo lleno de dolor, dejándolo reposar mientras mi hijo menor me acariciaba y ponía una medallita de plástico para pedir por mí. Cuando todo estuvo más claro, vino Rosana desde Argentina para terminar de acariciar mi alma con ese suave bálsamo del amor que todo lo cura o al menos lo hace mas llevadero. Mis dos ecos en el tiempo junto a mí. Para ese entonces, les pedí a mis dos hijos un solo regalo para navidad, que algún día me compren los dos un Ferrari Rojo.

Finalmente 2019 se había ido, y todo parecía ir bien, ya el hospital quedaba lejos en el tiempo y ahora comenzaba en un nuevo trabajo, prometedor de una vida mejor. Y cuando todo parecía ir viento en popa, recibí una llamada de Rosana. Mi pequeña no estaba viviendo su mejor momento. Por la realidad vivida, ella esta acostumbrada a resolver por ella misma sin ayuda. Así, desde que la había dejado hace 4 años atrás viviendo en Buenos Aires para comenzar sus estudios universitarios, ella había comenzado a trabajar como mesonera, luego empezó su propio negocio para cuidar perros. Finalmente encontró un trabajo de oficina por ser bilingüe como recepcionista y hoy en día tiene el titulo de gerente de recursos humanos. Que padre no se daría con una piedra en los dientes por una hija así.

Pero esta vez, luego de oír su leve queja, tomé la decisión de ir a Buenos Aires, para ofrecerle mi hombro si así lo necesitase. Pero luego de pensar por un largo rato, terminé por entender que realmente no conocía lo suficiente a mi hija. Así que esta vez le pedí me guiase por su día a día mientras repetíamos esa vieja tradición de viajar juntos por algunas ciudades argentinas.

El sábado 8 de febrero de 2020, estaba abrazando a mi hija en el aeropuerto de Ezeiza mientras mis mejillas se llenaban de un llanto de felicidad. Y desde ese momento solo la deje sola cundo tenia que ir al baño. De resto fuimos inseparables. La seguía en su día a día desde la oficina donde trabajaba hasta todas las clases y actividades que ella estaba tomando para ese tiempo. Ella fue mi guía en todo momento, mi lazarillo por las tierras argentas.

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Uno de esos viajes guiados, fue a un comensal para niños que ella junto a otros amigos han ayudado a montar, prácticamente de la nada y con muy pocos recursos. Solo su férrea voluntad y ese brillar en sus ojos cuando hace algo que ama, son la única fuerza que necesita para ir donde pocos quieren ir y donde pocos quieren hacer. Solo con la idea de ver a esos niños felices.

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El miércoles 12 alquilamos un auto y nos fuimos hacia Córdoba, no sin antes hacer una parada en Rosario. Aquí tuvimos nuestro primer y único descuerdo. Aprendí que mi pequeña tenía su propia opinión en muchas materias, las cuales estaban casi en las antípodas de las mías. Al día siguiente ella se disculpó por su carácter tozudo. A lo que yo le replique, perdóname tu hija mía ya que tus faltas como hija son mis fallas como padre y que te puedo perdonar si eres una copia mía en tu tozudez. Que nos quede claro que mas temprano que tarde ambos cambiaremos nuestras posiciones y deberemos comenzar desde cero nuevamente, en esto si te llevo ventaja, ya que yo estoy en esto desde hace mucho.

Desde ese momento todo fluyo con la misma suavidad de siempre, ella siempre energética y yo un cuerpo lento, viejo y aun algo enfermo. Pero igual la seguía donde ella quisiera ir y ella me permitía tomar mis siestas para recuperarme de la fatiga.

En esta nueva aventura fuimos acompaños por su mejor amigo un perro que ella adoptó y lo trata como si fuera un niño o mas bien su peluche. Finalmente llegamos a un pequeño pueblo llamado Mina Clavero, donde paseamos por todos lados que pudimos y yo aproveche el tiempo viendo a través de los ojos de mi hija esta nueva tierra que no dejaba de impresionarme.

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Pensé en un momento que me habría gustado traer a mi otro hijo ya que ambos son como un complemento que les une no solo la sangre, sino también el hecho tener madres venezolanas y los venezolanos son por si gente dulce y sonriente. Si alguien ve mis fotos verá que yo nunca sonrío, pero mis dos hijos lo hacen por mí en cada foto.

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Deje a mi hija nuevamente, pero esta vez mirando con una gran paz y felicidad todos sus logros y el saber que ella hace mucho ya camina sobre sus pies e ideas.

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Ya devuelta en casa no dejo de pensar que pronto conoceré lo que siente esa persona que maneja un Ferrari Rojo regalado por sus hijos.